lunes, 7 de febrero de 2011

La primera lluvia de la temporada


El sueño termina a mitad del camino, suavemente y sin avisar. Mario abre los ojos y la aventura de la noche anterior vuelve de golpe a su mente. Ha sido un sueño muy hermoso. Mario recuerda todos los detalles: el jardín, el arroyo, la voz de Eva hablándole desde el árbol, sus manos, su vestido..., pero sobre todo aquella canción tan dulce que no había escuchado antes, y que lo ha llenado de paz y de amor; un amor muy grande que había permanecido inconsciente y ahora brota a la superficie. Mario suspira y se levanta de la cama, despeinado, con los ojos encendidos, y va a ducharse.

Mientras se baña acaba de abrir su corazón. La ama, con toda la fuerza y la ternura de sus dieciséis años. No es un sentimiento nuevo pues ya ha amado otras veces, desde niño. Cierra los ojos y ve a Eva, los abre y ahí está Eva, junto a él, con su sonrisa, su cabello, sus ojos con un sol en medio. No piensa en ella desnuda, ni le hace el amor bajo la regadera, como hace con sus demás amantes fantasma. Lo que siente es otra cosa, más pura y misteriosa: de pronto, el mundo brilla y la vida es buena y emocionante, y todo por aquel extraño sueño que ha puesto su mundo al revés. Se viste con inusual cuidado y desayuna con rapidez, pues quiere estar temprano para esperarla y entrar juntos a la escuela. Está radiante de felicidad. Su madre lo nota pero se hace la desentendida.

Es marzo y el aire en la ciudad es fresco y limpio. Mario va a la escuela y ve a su amiga. Se siente feliz y la encuentra radiante. Es cierto que ya desde antes le parecía atractiva, pero el sueño le ha revelado su belleza especial. Pasa con ella toda la mañana. Le pide opinión de todo, le platica, la mira, se acerca a ella para sentir su olor y dejarse envolver por su mirada, pero no le revela lo que siente. Durante el descanso se escabullen detrás de la conserjería para fumar un cigarro entre los dos, pero ni siquiera en este momento de complicidad, Mario se atreve a hablarle de amor. Es tímido y deja pasar el momento. Prefiere aproximarse a su corazón lenta y sigilosamente.

Eva quiere a Mario, pero sólo como amigo. Al principio no advierte que lleva varios días portándose raro, hasta que sus amigas se lo hacen notar. Le platican que no deja de hablar de ella con otras personas y le preguntan si no se ha dado cuenta de que cuando están juntos, siempre luce triste y preocupado. Eva se siente incómoda. Mario no le gusta; lo prefiere de amigo que de enamorado. ¿Cómo va a conducirse con él de ahora en adelante? Las demás le aconsejan que lo desengañe de un vez por todas, pero ella opta por no decir nada, comportarse como siempre y no dar alas a su pretendiente.

Pero la amistosa indiferencia de Eva no es suficiente para disuadir a Mario, que se hace más presente en su vida, que inventa uno y mil pretextos para hablarle por teléfono, que urde elaboradas casualidades para topársela por las tardes y los fines de semana, que prepara una y otra vez el momento para estar a solas con ella y decirle que la quiere. Al final, tanto esfuerzo resulta inconveniente. En semanas se convierte en una presencia amenazante. Además, ya no es el mismo de antes ni se comporta igual con Eva. Ahora le pregunta cada detalle del tiempo que no está con ella, y parece molesto cuando la ve hablar con otras personas. Eva se siente sofocada, esclava de sus ojos y de su sombra. La exasperan sus atenciones, sus piropos, sus regalos. Si antes disfrutaba estar con él, ahora quiere que se cambie de escuela o que se vaya a otra ciudad, que se muera y desaparezca de su vida para siempre. Sus amigas le aconsejan ser firme y desengañarlo de una vez por todas, pero ella no se decide a enfrentarlo; y mientras, su presencia termina por producirle una sensación viscosa. La amistad que sentía por él se desvanece sin remedio.

También Mario se siente enfermo a causa de esta pasión no correspondida. ¡Qué rápido cambian las cosas! El amor que iluminaba su corazón, llenándolo de dicha y curiosidad, en poco más de un mes se ha convertido en un amor adolorido y venenoso. No obstante, en su necedad de enamorado prefiere vivir en aquella miseria, compartir con Eva esa historia absurda a no tener nada que los ate y ser indiferentes el uno para el otro. Por las noches lo aquejan el insomnio y la melancolía; los viernes y fines de semana sale con sus amigos y se emborracha más que todos. Una tarde, la llama por teléfono y la invita a salir. Ella se niega, poniendo como pretexto que tiene mucha tarea y que debe ayudar a su madre con las labores domésticas. La verdad es que tiene una cita con otro muchacho. Lo que Eva no sabe es que Mario le acaba de llamar de un teléfono cercano y que observa, escondido, el momento en que sale de su casa y se sube al coche del otro chico.

Al verla tan bella y sonriente, Mario se sumerge en los infiernos. Corre por las calles desesperado, entra a una estación del metro, aborda un vagón semivacío y se desploma en el asiento a llorar. Se tortura imaginando lo bien que deben estarla pasando aquellos dos; la mirada de Eva, su sonrisa y el ritmo acelerado de su respiración al momento de rendirse a aquel tipo. La imagina como una puta, como una anémona abierta, que se regocija en el fondo de un mar cálido que él nunca podrá conocer. Su mente se tiñe de rojo. Quisiera matarla y después morir también, ahogado en un río, atropellado en el Periférico. En la siguiente estación, entra un vagonero a vender los éxitos de Juan Gabriel, a todo volumen. El ruido resuena en sus oídos y se mezcla con el dolor hasta hacerse insoportable. No puede resistir más y baja en la siguiente estación. Sale a la calle y el bochorno lo golpea. Hace calor y el cielo está cubierto de nubarrones, pero la lluvia no cae.

Esa noche escribe una carta a su cruel amada. Escribe durante horas, a ritmo frenético. Sabe que no tiene sentido insistir y que su empresa amorosa ha fracasado, pero siente gran urgencia por desahogarse y sacar para siempre aquel sentimiento que comienza a pudrirse dentro de él. La carta es larga y apasionada, violenta en algunos pasajes. Dedica a Eva palabras tiernas y sublimes, que nadie más le he a dicho ni le dirá jamás. Le revela la extraña fuente de sus sentimientos: el sueño en el que los dos se perdían entre los árboles, en un lejano jardín de las Hespérides. Le confiesa la vileza que cometió aquella tarde y le pide perdón, para luego reprocharle su egoísmo y falta de amor. Se disculpa por ser tan patético y haberla hecho vivir aquel infierno, aunque le aclara que nadie puede culpar a quien actúa por amor, porque el amor no tiene cauce, y se vuelve violento y enfermizo cuando no es correspondido. Cuando termina de vaciar su alma, se despide de ella para siempre (en realidad, se sientan a dos lugares de distancia, y falta más de un mes para que las clases terminen). Le dice que la vida sin ella será una agonía y que, pese a todo, no deja de bendecir cada uno de los días que tuvieron que pasar, de las cosas que fueron necesarias para llegar a conocerla. Al final, la traiciona con una del extenso harén que vive en su cabeza. Cuando se duerme, sueña que Eva está al final de un largo pasillo lleno de gatos, en una casa oscura y en ruinas.

A la mañana siguiente deja la carta en el pupitre de Eva, cuando está descuidada. Esperaba verla abrir el sobre, leer la carta y romperla, que le exigiera a gritos que la dejara en paz, o bien que se lanzara a sus brazos y le jurara amor eterno. Sin embargo, se queda sorprendido al verla coger el sobre, guardarlo en su mochila, y nada más. A partir de ese momento, las horas pasan lentamente, como si avanzaran por una cuerda suspendida sobre el abismo. Mario se mantiene a cierta distancia de Eva, un poco avergonzado de sus arrebatos aunque ya no puede cambiar nada. Durante el descanso no la busca. Aparenta estar tranquilo y participa en la plática y las bromas de sus amigos, pero la duda lo consume. Eva está con sus amigas, en la banca de siempre. Se le ve contenta. No parece triste ni enojada ni confundida. Cuando el descanso termina y vuelven al salón, se topan de frente. Ella lo saluda y va a sentarse sin decir más y sin prestarle mucha atención. Es obvio que leyó la carta y que algo ocurre en su corazón, pero Mario no sabe qué.

A la salida, la muchacha sale de la escuela a toda prisa para escapar de Mario. Éste la sigue por calles y avenidas. La obsesión no deja de girar en su cabeza. Nada le importa ya. Lo ha perdido todo y no se detiene en parte alguna. La sigue hasta un parque donde ella se detiene y se voltea, llorando de hartazgo y rabia. Le pregunta qué quiere, le dice que está harta, le pide que la deje en paz, que termine de una vez por todas con aquel juego estúpido. Saca la carta de su mochila y la rompe frente él con infinito hartazgo; le dice que su declaración no le hizo sentir nada, que su corazón es de otro y que no vuelva a acercársele o lo lamentará. Sus ojos centellean. Mario se queda ahí parado, rojo de vergüenza, asustado de sí mismo y de la rabia dibujada en el rostro de Eva. Ésta le dedica una última mirada dolorosa, y se va para siempre de aquel mundo de tristeza donde estuvo secuestrada durante dos largos meses.

Del cielo comienzan a caer pesadas gotas. Mario está a punto de llorar pero una ráfaga de aire fresco ahoga sus sollozos y le devuelve la calma en una especie de catarsis. De pronto se siente fuerte y libre, feliz de que todo ha acabado. Ve a Eva alejarse a toda prisa. Es hermosa, sin duda, pero no tiene caso derramar lágrimas por quien no sabe valorarlas. La lluvia arrecia y corre a guarecerse con los demás. Sí, su corazón se siente adolorido y seguirá así algunos días, pero ya se repondrá, y volverá a caer luego, muchas veces más. Mientras tanto, vemos cómo el peso que lo agobió durante los últimos meses se escurre y se confunde con la primera lluvia de la temporada.

*Crédito de la imagen: Elena Águila

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