miércoles, 10 de agosto de 2011

Un joven revolucionario (I)




--¿Qué hacen ahí sentados, compañeros? ¿Esperando a que llegue la revolución y se los lleve? ¡No compañeros, la revolución no tiene pies por sí misma! ¡Nosotros somos sus piernas, su corazón! ¡Me decepcionan, compañeros!
A decir verdad, ya se lo esperaba. Siempre supo que aquellos jóvenes no eran verdaderos revolucionarios. Y ese día lo confirmó en la explanada de rectoría al verlos tan tranquilos, tirados en el pasto, tocando el tambor y fumando marihuana, esperando que alguien llegara para organizarlos y decirles qué hacer a unas horas de la marcha. Se paró en medio de aquel grupo, apoyado en su bastón, y les reprochó su pereza y su falta de interés.
--¡Chale, compañeros! Me cae que su conducta es bien burguesa, esperando que otro trabaje por ustedes, enajenándose con la droga que les vende el capitalista .
Escupió en el piso, descorazonado.
Unos lo miraron con asombro, otros con temor, y hubo quienes ni siquiera lo voltearon a ver. Muchos iban ahí a pasar el rato después de su última clase: fumar, hablar, conocer chicas bellas e inteligentes. No era que no estuvieran comprometidos, pero la revolución no les urgía tanto como a él.
A sus 26 años, Carlos era uno de los estudiantes más politizados de la facultad de Economía, tanto que se había ganado el apodo de Carlos Caudillo. Flaco, largirucho y despeinado, miraba el mundo detrás de sus gruesos anteojos ahumados, a través de la lente precisa del materialismo histórico. Estaba lisiado de la pierna izquierda, a causa de un accidente de la infancia, y usaba bastón, lo que, siendo tan joven, le daba un aspecto de veterano de guerra que a él le encantaba lucir. Despreciaba profundamente a los pequeños burgueses, tan insípidos como cobardes; a los gobernantes, corruptos y serviles frente a los capitalistas extranjeros; a la policía y al ejército, verdugos del pueblo; a los políticos de izquierda y a los líderes charros, totalmente ajenos a los intereses del proletariado. Soñaba con un nuevo amanecer, popular y socialista; aguardaba impaciente el momento en que obreros y campesinos unieran fuerzas y barrieran el sistema como una ola violenta y majestuosa. Pero parecía que, con revolucionarios como aquellos, ese porvenir anhelado tardaría mucho en llegar.
--¿Y así vamos a hacer la revolución? --espetó--. ¡Ja! ¿Y así vamos a unirnos con los obreros y campesinos, que están mucho más politizados que nosotros? ¡Siquiera pónganse a estudiar! Lean las Citas del presidente Mao, lean los Siete ensayos, de Mariátegui, lean El 18 Brumario.

Un muchacho de ojos enrojecidos se levantó y repuso:
--La verdadera revolución está dentro de uno mismo, Caudillo. Ningún sistema político funciona ni funcionará jamás. Al otro lado de la revolución no están la sociedad sin clases ni la redención de los trabajadores. Del otro lado hay un gobierno igual de ineficiente, violento y corrupto que éste; del otro lado están el mismo absurdo, el mismo dolor y la misma injusticia de siempre. Lo que hace falta es abrir la conciencia y exponer nuestro corazón, no mediante la guerra sino a través del amor; volver a los viejos días de comunión con la naturaleza, antes de que se inventarán el poder y las religiones.
Algunos voltearon a ver a Lucio, que así se llamaba aquel joven; entre ellos una muchacha muy linda que había permanecido absorta, leyendo un viejo libro de hojas amarillas. Carlos se había fijado en ella desde el primer instante, pero no había conseguido llamar su atención. Le hirivó la sangre al ver que sonreía a aquel pobre ingenuo, pero se contuvo y decidió vencer a su adversario en el campo teórico.
--Compañero, reconozco tu buena fe, pero deberías informarte antes de hablar. Te recomiendo que leas el texto de Althusser sobre los mecanismos ideológicos que el Estado pone en marcha para inocular una falsa conciencia en la sociedad, y así controlarla mejor. Lo que tú acabas de evocar es la típica fantasía burguesa de retornar a una armonía que jamás existió; una armonía mística que se adquiere como por arte de magia, sin lucha, sin resistencia, sin riesgos. ¿Y sabes qué? En el fondo de esta ideología siempre ha estado el temor de la clase burguesa a perder sus privilegios. ¿Amor? ¿Comunión? ¿Visiones? ¡Bah! El poder siempre ha estado ahí, y también la explotación del hombre por el hombre. No se trata de volver a la sociedad antigua o
de componer la actual, sino de destruirla y formar una nueva, que jamás haya existido. ¡Esa es la revolución! Lo que importa no es lo que dejamos atrás sino lo que tenemos por delante, compañero.
Le gustó mucho su discurso. Esta vez, la joven linda se volteó a mirarlo y Carlos quedó desarmado, herido por aquellos ojos.
Entonces se alzó otra voz: la de un cabeza rapada. Iba desnudo de la cintura hacia arriba y bebía de una botella verde. Sus amigos lo llamaban El Fenómeno.
--¡Ja, ja, ja, ja! Su humanismo me da asco. Su fe en que el ser humano cambiará algún día y reconducirá la historia. ¡Quisiera vomitar sobre todos ustedes! Lo que hace falta es poner bombas en los cimientos mismos del mundo y acabar de una vez por todas con este drama. Barrer con ricos y pobres por igual, extirpar de una vez y para siempre el germen de la voluntad y de la inteligencia. Enterrar a los dioses, los símbolos, la ciencia, el amor. Quemar de una vez por todas nuestra colección de cosas invisibles; dejar que queden solamente la naturaleza y el tiempo desnudos, como antes de que este capítulo breve e innecesario se escribiera.
Así habló y todos callaron para oír lo que decía. Había que destruir todo, volar La Villa y el Palacio Nacional, volar Los Pinos, la Torre Mayor, el Popo y el Izta. Había que proclamar la antisociedad y cometer un gran suicidio colectivo, autoinmolarse, limpiar la Tierra dignamente mediante el fuego y la ira.
Algunos pensaron que se iba a prender fuego ahí mismo.
Como siempre pasa, hubo quienes aplaudieron. No era extraño, pues en aquel entonces muchos creían que el fin del mundo estaba cerca, y que lo mejor que podían hacer era precipitar ese momento por todos los medios posibles.
"Muy bien", pensó Carlos, "habrá que reclutarlo para la fase de guerrilla urbana. La revolución también necesita verdugos".
La joven se retiró, un poco asustada, con su libro en la mano. Carlos aprovechó el instante y se le acercó.
--¿Qué lees, compañera?
--1984 --y le extendió el libro.
Carlos tomó el libro entre sus manos y lo hojeó sin mucho interés. Sabía de qué trataba. Era literatura de la peor calaña.
--¿Sabías que el autor de este libro fue agente de los servicios de inteligencia británicos, y que se dedicó a denunciar a los artistas e intelectuales que simpatizaban con el comunismo?
Lanzó un escupitajo precioso.
--¿Y tú ya lo leíste? --le preguntó ella, un tanto incómoda.
--No pierdo mi tiempo. Su obra es de las más reaccionarias. Inventó esa horrible antiutopía para engañar a los lectores ingleses acerca del sistema socialista soviético.
--Es curioso que lo digas --replicó ella--. Al leer me doy imagino que el mundo del que habla el libro es, por así decirlo, la sociedad neoliberal llevada al extremo: explotación laboral, controles invisibles y desinformación a través de los medios...
--Sí, esa es precisamente la ironía --y luego, armándose de valor para ir un poco más allá--. ¿Tú cómo te llamas?
--Fernanda. Tú eres Carlos, ¿no?
Lo miró con cierto interés: su cabeza despeinada, sus lentes gruesos y rayados, con un pedacito de cinta adhesiva, su bastón, su actitud intransigente. Lucía triste, un poco perdido. No era lo que se dice guapo y sin embargo había algo que lo hacía atractivo. Trató de imaginar qué tal sería como amante.
--¿Vas a ir al concierto de Los Cojolites hoy en El Surco?
Carlos sintió flaquear sus convicciones. Podía ir al concierto depués de la marcha, pero la cosa se iba a poner dura y habría que esconderse de la policía para no arriesgar a los demás compañeros. Por otro lado, no podía perder aquella oportunidad de oro. Miró los ojos brillantes de Fernanda que lo interrogaban desde más allá de las teorías.
--Bueno, quizás me dé una vuelta por ahí.
Carlos la vio alejarse.
"Tiene mucho que aprender, pero encierra un gran potencial revolucionario. Mujeres así harán falta cuando haya que repoblar la Tierra".

Continuará...