martes, 26 de julio de 2011

My funny Valentine




El autor Ian Carr cuenta que, la noche del 12 de febrero de 1964, los miembros del quinteto de Miles Davis se retiraron tristes e insatisfechos del Philharmonic Hall de Nueva York, luego de su presentación, pensando que ésta se había escuchado plana y sin sentimiento, y que había estado plagada de errores. Días después, al escuchar las grabaciones, comprendieron que aquella había sido una de las noches más memorables del siglo XX.

Escuchemos "My Funny Valentine" como muestra de lo que digo. La experiencia es equiparable a leer una gran novela en quince minutos (dicho en el mejor de los sentidos): cargada de dramatismo (por momentos alcanza niveles épicos), llena de momentos, texturas, sentimientos, voces y matices. Antes de escucharla, cerremos los ojos y la puerta de nuestra habitación; pongamos el corazón y los sentidos atentos, y no solapemos las perturbaciones externas.

Todo el número es esplendido, aunque hay momentos de verdad maravillosos. El sonido de la trompeta de Miles es directo y preciso; no desperdicia notas pero no ahorra emociones. A veces es dulce; otras es triste y casi fúnebre; otras es sensual y desafiante. Por su parte, el sax tenor de George Coleman es elocuente y poderoso, cargado de swing; inquiere, diserta, sondea los abismos, va al meollo del asunto (¿Y cuál es el asunto? Imposible decirlo con palabras). El bajo es un amante melancólico que susurra y se entrega por completo detrás de una cortina de sonido. La batería, por su parte, es un corazón sincopado, cargado de intención, que completa la grandeza del conjunto. La pieza gira alrededor de la pasión y la sensualidad; es un diálogo amoroso entre el sax y el bajo, entre la trompeta y el piano, entre el bajo y la batería, del que brotan sonidos exuberantes, como caracoles haciendo el amor. Música de preludio, música cadenciosa y vegetal que, en ciertos momentos, extiende su dedo invisible y toca el fondo de nuestra alma. Pero no nos dejemos engañar: parte de la grandeza de Miles y de sus músicos reside en que no se repiten ni dan concesiones al escucha: justo cuando empezamos a rendirnos a la magia de un fraseo, toman su equipaje, se suben a otro avión y viajan a un lugar completamente nuevo. Y así nos traen, de un lado a otro, a través de la intensidad.

En algún momento, al redactar estas líneas, pensé que era un sinsentido tratar de poner por escrito lo que ya ha sido dicho con ritmo y con notas. No pude resistir la tentación de dejar salir las imágenes que se producen en mi mente, de tratar de expresar con mis propios medios las emociones que giran en mi corazón al escuchar esta música extraordinaria. Desafortunadamente, no todas las ideas logran salir y adquirir sustancia; las mejores se disuelven como el humo, pues no se pueden traducir ni expresar con palabras.

*Crédito de la Imagen: Retrato de Miles Davis, por Michael Symonds.

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