viernes, 11 de junio de 2010

Lagomorfosis (continuación)


II. Un reverendo hijo de la chingada

Rabales pasó toda la mañana tratando de ocultar su nueva condición aunque no pasó mucho antes de que alguien lo descubriera. Pasó desapercibido al principio, en parte porque su escritorio se hallaba en un rincón de la oficina adonde nadie se asomaba, y también porque ese día era cumpleaños de uno de los directivos y casi todos los empleados habían ido al festejo, en la sala de juntas. Nadie invitó a Rabales pues se sabía de antemano que nunca iba a ese tipo de festejos. Cono no tenía trabajo pendiente pasó un buen rato buscando en Internet casos similares al suyo, aunque sin éxito. Lo suyo era extraordinariamente raro, único, y esto lo hizo sentir muy solo. En todo el mundo, en toda la historia, no se había dado un caso semejante, ni siquiera en las películas o en ciertos libros, donde lo habitual era convertirse en lobo o insecto. Además, le disgustaba profundamente ser un conejo. Era una especie que jamás le había simpatizado. Eran tan cursis y afeminados. Se habría conformado con convertirse en tigre, águila o caballo pura sangre, pero ¿un conejo? Y es que después de todo, ¿qué es un conejo? Un roedor lascivo, frágil y nervioso, siempre a merced de los más fuertes, acostumbrado a correr y refugiarse al menor sobresalto; dios de los borrachos y los pervertidos, banquete de los predadores y primo carnal de las ratas. Un ladrón montaraz, un pequeño tramposo que vive pocos años, y que entra y sale del mundo sin pena ni gloria, dejando tras de sí una numerosa prole de seres tan insignificantes como él; total: un bueno para nada, un pobre diablo, un sensual, un reverendo hijo de la chingada.

Soportó estoicamente el calor que lo sofocaba pero lo que sí no pudo fue contener por mucho tiempo las ganas de orinar. Aguantó lo más que pudo, hizo un esfuerzo desesperado, trató de distraer su mente y situarse más allá de la necesidad pero fue inútil. Tuvo que salir corriendo al servicio antes de que ocurriera un desastre. Los pocos empleados que había por ahí sólo vieron pasar una sombra. Era tanta la prisa del contador que al entrar al baño tropezó con un bote de basura y sin darse cuenta dejó tirado el sombrero. Sus orejas se levantaron libres y orgullosas hasta casi tocar el techo. Se bajó la bragueta con desesperación, se acomodó frente al orinal y suspiró aliviado. Notó que su orina tenía un olor fuerte y picante parecido al del amoniaco, y aunque no le gustó el aspecto de su pene y sus testículos, constató que no habían sufrido ningún cambio estructural de importancia.

-¡Ay de mí! -suspiró.

En ese momento entró Tomás Zamacona. Todos lo llamaban "Tomasito", por su corta estatura y porque a pesar de que tenía casi cincuenta, su cara tenía cierto aire infantil que le hacía parecer un señor chiquito. Al ver a Rabales pensó que algún bromista había contratado una botarga para sorprender al del cumpleaños. Sin prestar mucha atención se acercó al mingitorio de a lado y comenzó a orinar tranquilamente, cuando de repente se preguntó cómo se podía orinar con la botarga puesta. Miró de reojo con discreción pero debió hacer algún movimiento involuntario con la cabeza porque en ese momento oyó una voz aguda y resposa que le decía:
-Si quieres te la presento Tomasito.

Entonces Tomasito se dio cuenta de que no era una botarga sino un verdadero conejo lo que estaba frente a él. Como era de esperarse no dio crédito a lo que veía y estuvo a punto de pegar de gritos pensando que se había vuelto loco, de no ser porque Rabales le tapó la boca con su pata peluda.
-Calmantes montes mi Tomasito. ¿Qué, ya no te acuerdas de los compañeros? Mira nomás cuánto has cambiado.
Tomasito reconoció la personalidad perdida detrás de aquella voz lamentable, como de vidrios rotos.
-¿Rabales? -se apresuró a preguntar en cuanto éste le permitió hablar. -¡Ah, chingá! ¿Y dices que soy yo quién ha cambiado?
Tomasito lo miró con gran curiosidad, buscando algún vestigio del antiguo Rabales. Reconoció su vientre abultado, el olor a cigarro que siempre lo acompañaba, sus ojos crónicamente irritados y la aspereza de sus modales. Fuera de eso, su humanidad se había disuelto y sólo quedaba aquella bestia. Era como una puesta en escena, como formar parte de una historieta tan cómica como bizarra. Se miró al espejo para ver si seguía siendo él mismo o también se había convertido en otra cosa.
-¿Cómo ves mi Tomasito? -se quejó Rabales. -Me cayó el chahuistle y amanecí convertido en abrigo.
-¿Qué pasó? ¿Qué comiste?
-Pues ni modo que zanahorias, mi estimado...
-Para mí que tu mujer se enteró de que andas de falso y mandó a que te hicieran un trabajito.
-No sería raro -contestó Rabales mientras se lavaba las manos, pensando que de ser así, aquella era la mejor forma de castigar a un promiscuo.
-Y ahora, ¿qué vas a hacer?
-No lo sé. -contestó Rabales, quitándose por fin el abrigo y abanicándose con las dos manos. -¡Qué pinche calor, Dios mío! Ahorita lo único que quiero es una michelada bien fría.
Zamacona recordó que arriba había fiesta y tuvo una idea genial.
-Oye, ¿y si vamos a la fiesta del jefe y te haces pasar por botarga?
-No la amueles Tomasito, agárrate de puerquito a otro cabrón. Mira cómo estoy...
-¡Por eso! Me cae que tu disfraz está bien chingón.
-Cómo serás que no respetas la desgracia ajena.
-¡Oh, no seas amargado! Además, hay chupe y bocadillos gratis.
-Pero si yo lo que quiero es una cerveza, un ron con coca, y esos estirados nomás brindan con champaña y chamarré.
-Una buena broma no le hace mal a nadie. Imagínate la cara de todos cuando te vean entrar. Imagina qué dira el licenciado Heces.
Aquello fue suficiente para convencer a Rabales. Le vino a la mente la cara de su enemigo y su expresión estúpida, siempre tratando de parecer inteligente y respetable.
-Pinche Tomasito, no se te va una... ¡Vamos, pues!
Y se le salió una risita maliciosa.
-No te preocupes Gaudencio. -le dijo Tomasito al salir del baño. -Ya verás que lo tuyo tiene cura, y si no siempre podrás vivir en el campo y largarte para siempre de este lugar horrible.
Rabales miró el brillo de malicia en los ojos de su compañero. No había duda de que detrás de su fisonomía de niño se ocultaba el más insidioso de los diablos.
Continuará...

2 comentarios:

Dámaso Pérez dijo...

qué excelente relato carnal

aguardo con emoción la siguiente entrega de esta saga conejil

saludos!

Babilonia chilanga dijo...

Bonito reto me aventé con esta historia, ¿no crees?

Un abrazo carnal. Muchas gracias por seguir mi blog.