lunes, 30 de agosto de 2010

Stéfano


Hace años mi amigo Javier y yo viajamos a El Salvador para visitar a Alexia y Jaime, compañeros de la universidad que recién habían tenido su primer hijo y que estaban a punto de casarse. Fue un viaje lleno de aventuras, inolvidable en muchos sentidos.

Una de las cosas que recuerdo especialmente es habernos hospedado algunos días en casa de un ex guerrillero, dueño de una cafetería en San Salvador. A unas cuadras se hallaba la Universidad Centroamericana, donde por aquel entonces se celebraba un festival latinoamericano de teatro. Un día fuimos a ver la participación de la delegación argentina, que se presentó con la obra "Stéfano", un monólogo escrito a principios del siglo pasado por Armando Discépolo, aunque sospecho que lo que vi en aquella ocasión fue una adaptación libre de la obra original. Como sea, la puesta en escena me causó enorme impacto.

A través de la historia de un músico, Discépolo aborda el misterio del dolor humano y su relación con el acto supremo de la creación artística. Stéfano es un viejo compositor y director de orquesta que, a partir de una sencilla frase musical y un par de líneas, va desdoblando sus armonías y va construyendo una nueva composición, al tiempo que nos habla de sus fracasos y su soledad, de las intrigas dentro de la orquesta, la ingratitud de sus hijos y de la angustia profunda que lo consume como ser humano pero que es al mismo tiempo la fuerza y la sustancia esencial con que produce su arte.

La pieza resultante es hermosa y tremenda. La escuchamos justo al final de la obra, al momento del clímax, cuando cae el telón y el actor que encarnó al desdichado Stéfano aparece completamente desnudo en medio del escenario, con la mirada vacía. Acordes llenos de desconsuelo, un lamento de tubas y trombones, y un coro de barítonos dan vida a una balada sepulcral que proviene de lo más hondo del artista; algunos de sus versos quedaron para siempre grabados en mi memoria, y brotan naturalmente cuando estoy deprimido:

Hoy yo también estoy triste,
como la ostra en el mar:
por dentro tiene la aurora,
por fuera la soledad.

¿Qué es lo que puede pensar,
la ostra en medio del mar?
Entre las olas y el cielo,
en el océano infinito.

jueves, 12 de agosto de 2010

once once

*"Sobre la ciudad" (Marc Chagall)

Me sumerjo en este
breve y tibio instante
en que el tiempo deja de correr
a mitad de la mañana,
y aprovecho para ir adonde sea,
sobre el vasto cielo gris de la ciudad.

Un minuto tan largo como una vida,
tan afortunado como un beso tuyo;
un cenote sagrado,
una tarde de sábado, juntos, en la calle de Gante.