He aquí un antiguo remedio para el mal de anginas, esas vesículas coloradas que nacen a ambos lados de la faringe, y que suelen inflamarse durante la infancia, provocando fiebre y un profundo malestar. Ana, que lo presenció de niña, me lo contó desde hace tiempo, en la época en que nos hicimos novios. Malena, su abuela, todavía lo utilizaba hace dos décadas, con buenos resultados. Lo presento como evidencia de un mundo que poco a poco desaparece.
El ingrediente principal era una rana viva, cuanto más verde y vigorosa mejor. Malena iba a comprarla al mercado de Beethoven, en Peralvillo. Cuando volvía a su casa, cogía a la rana por las patas y la azotaba contra el fregadero de la cocina hasta matarla. Mi esposa, que en aquel entonces tenía ocho o nueve años, dice haber sentido gran compasión por el desdichado anfibio; recuerda también que su abuela le decía que el trabajo requería sangre fría y que no debía sentir lástima, pues de lo contrario el animal no moriría, sin importar cuantas veces le azotaran la cabeza. ¿Se imaginan a la rana, por naturaleza libre y escurridiza, rendida entre las manos del gigante, aturdida por los golpes, viendo que su vida se acaba sin remedio, muy lejos del agua y de la hierba?
Ya que la rana había muerto, se cortaba a lo largo del plano coronal, de la boca a las extremidades, obteniendo dos mitades: anterior y posterior. Luego, de inmediato, la parte posterior (donde quedaba el corazón) se ponía sobre una sartén, se dejaba asar unos instantes y después se colocaba, caliente, sobre la garganta del enfermo, quien debía soportar el emplasto por varios minutos. Ana, que por fortuna ha gozado de buena salud desde siempre, jamás fue sometida a esta terapia inaudita, pero asegura que vio cómo su abuela lo aplicaba a sus hermanas más jóvenes, quienes no han vuelto a enfermarse.
martes, 13 de enero de 2009
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2 comentarios:
Woowowowowowow! En serio no han vuelto a enfermarse? Qué increíble!
Chin... He tradado de conseguir una rana, pero al parecer no es temporada
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