lunes, 11 de junio de 2012

El rey cerdo





Ayer murió Aquiles,
el viejo cerdo que cuidé tantos años.

Un señor feudal de más de trescientos kilos,
gruñón y parsimonioso
que dejó cientos de crías,
y que engordaba lenta y pacientemente
bajo las sombras
mientras el hombre trabajaba para él.

Pero ayer por la mañana lo sacrificamos.
Su vida era buena,
y habría sido mucho pedir que fuera larga.
Eso sí, peleó como los duros:
se aferró a la vida y corrió por el patio.
No pudimos sujetarlo entre cuatro
y hubo que llamar a mi hermano y a mi primo
para que vinieran a ayudar.

Al final lo acorralamos
junto a la pileta,
y ahí libramos la última batalla.

Murió pronto el desdichado,
gritaba, pataleaba y lanzaba fieras dentelladas al aire,
y sus gritos se escuchaban por el pueblo.
Todos se enteraron
cuando el cuchillo perforó su corazón,
y su vida y su sangre se echaron a volar
y mancharon nuestras manos.

Lo colgamos bajo el alero,
para vaciar su cuerpo y destazarlo.
Parecía dormido,
perdido en el cielo de los cerdos,
en un sueño tan hermoso y tan absurdo
que su cabeza no dejó de sonreír
al separarse de su cuerpo
y nos miraba con aquel aire de suave y justa autoridad,
como el rey despreocupado que fue en vida.

Hoy lo cocinarán las mujeres
y el pueblo se comerá a su rey;
porque el mundo está de cabeza,
y los amantes ya se buscan
y la música no deja de girar,
y los viejos bailan y toman,
y mi hermano David
es un caballo que también baila en el centro de la plaza.


Eduardo Rodríguez Flores




crédito de la imagen: http://vomitodetinta.blogspot.com/