viernes, 28 de enero de 2011

Son huasteco


La Huasteca es, en cierto modo, un país aparte. Se trata de un extenso territorio que va de la Sierra Madre Oriental a la costa del Golfo de México, y que abarca los estados de Hidalgo, San Luis Potosí, Veracruz, Tamaulipas, Querétaro y Puebla. Es una región de clima tropical y semitropical, caracterizada por su intrincada serranía, su vegetación densa y caprichosa, sus riquezas naturales y su cultura, de fuerte raíz indígena, tan extraordinaria como diversa. También son típicas la pobreza extrema y la injusticia social, como en todos los paraísos.

Fue ahí, en el laberinto neblinoso de la sierra, en la lejanía de la costa, donde surgió el son huasteco o huapango, género musical que se distingue principalmente por su vigoroso ritmo de 6/8, el papel protagónico del violín y el canto con falsete. Si se me permite la comparación, típica de una sensibilidad y un oído occidentalizados, la primera vez que lo escuche, que verdaderamente lo escuche, tuve la impresión de estar frente a un grupo de rock, de los buenos. Es música muy poderosa, y delicada a la vez; que habla de la flora y la fauna, de los pueblos y sus leyendas, de las mujeres y su hermosura, del amor y sus tormentos; en suma, del paisaje cotidiano y de la pasión, fuente de vida y canciones. Como sucede con otros géneros populares, nadie puede establecer el momento exacto de su nacimiento, pero es indudable que apareció como una extensión natural de la música que vino de España, que a su vez tenía hondas raíces en las culturas árabe, judía y gitana, al encontrarse con el mundo indígena.

Antes de que los medios de comunicación y el discurso nacionalista posrevolucionario lo difundieran al resto de México y del mundo, el son huasteco permaneció confinado en su remota proto-nación durante siglos, transmitiéndose de una generación a otra por tradición oral. Así, de puro oído, sin partituras. A esto debe su gran vitalidad, ya que cada músico ha tenido que desarrollar sus propias figuras melódicas y su propia lírica, sólo a partir de su imaginación, memoria y sentimientos. En dicho proceso, esta música se ha ido enriqueciendo y haciéndose cada vez más sofisticada y exquisita. Además, en cada generación surgen grandes virtuosos del violín, la jarana y la guitarra quinta (los tres instrumentos con que se ejecuta este género), así como versadores de altos vuelos. Pienso que, de haber vivido en aquella región, García Lorca habría sido huapanguero.

En la actualidad, los músicos huastecos tocan, por lo general, el mismo repertorio, pero con su propio estilo de ejecución y sus propias coplas. La siguiente es una humilde contribución a la rica tradición versística del huapango, influida desde hace algún tiempo por su contacto íntimo con esta ciudad de poros abiertos.

El cielito lindo

Yo canto en el lenguaje,
claro y profundo de las pasiones;
porque la sangre viva
es el ingrediente de las canciones.

De las canciones,
la canción y el sentimiento;
es la alegría que me hace
cantarte como canta el jilguero.

De las canciones,
la canción, los desamores;
es el dolor que me hace
cantar como hacen los ruiseñores.

Para cantar a gusto,
al mismo tiempo que improvisar;
hay que ponerse buzo, cielito lindo,
sin vacilar.

Sin vacilar, sin vacilar,
como en el campo,
el gavilán se tira, como cometa,
por el barranco.

Sin vacilar, sin vacilar,
mi señorita,
que cuando menos piensa,
le robo un beso de su boquita.

Pedacito de cielo,
que existe arriba de mi ciudad;
pobrecito, está negro, cielito lindo,
quiere llorar.

Quiere llorar, quiere llorar,
por tanta pena,
que desde allá arribita, cielito lindo,
solo contempla.


El caballito

Voy a llevarte a pasear,
al ritmo de esta canción;
al ritmo de esta canción,
voy a llevarte a pasear.

Si me pones atención,
vas a ponerte a volar;
en un caballo de luz,
que uso de nave espacial.

Yo me monté en mi caballo,
en la estación de Potrero;
en la estación de Potrero,
yo me monté en mi caballo.

Me vine para Indios Verdes,
iba veloz y contento;
pues iba a echar un huapango,
con mi carnal el Huasteco.

Vuela, vuela palomita,
vuela por esa laguna;
vuela por esa laguna,
vuela, vuela palomita.

Mira la noche y suspira,
mientras te baña la Luna;
en el cielo hay muchas Galaxias,
pero Huasteca sólo una.


El perdiguero

Soy viento del sur que viene,
en la punta de la cresta;
en la punta de la cresta,
soy viento del sur que viene.

A mí nada me detiene,
ni pálida calavera;
porque después de la muerte,
mi canto es el que se queda.

lunes, 24 de enero de 2011

Eterno resplandor de una mente sin recuerdos*


Para Carl J. Jung, el gran psicólogo suizo, los sueños compensan las carencias y tropiezos de nuestra vida despierta; tienen el poder de cerrar heridas, recomponer lo irreparable y recobrar lo perdido. Al soñar, nuestra alma -esa masa inestable de energía emocional- recupera su libertad y huye a un mundo de penumbras, en lo más profundo de la mente. Éstas son la lógica y el escenario de Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (Eternal sunshine of the spotless mind, Estados Unidos, 2004), hermosa cinta dirigida por Michel Gondry, escrita por Charlie Kaufman (Being John Malkovich, Adaptation).

Realizador y guionista exploran la crisis del individuo contemporáneo, entidad social que a fuerza de reclamar autonomía acaba volviéndose solitario y vulnerable. Si en Being John Malkovich, aparece como el ser disminuido que aspira a una existencia inalcanzable, en esta cinta se presenta como un ser incompleto, en pos de una felicidad vaga y escurridiza que se encuentra en el Otro.

La película retoma el viejo tema de la pareja moderna y sus desencuentros, la separación continua de los amantes y la renovación de su pacto íntimo. Joel (Jim Carrey) y Clementine (Kate Winslet) se conocen un día e inician un romance que, como muchos otros, pasa de la plenitud al anquilosamiento, de la novedad a la rutina. En el punto más sofocante de su relación Clementine decide olvidar a Joel con ayuda de un prodigioso cirujano de la mente (Tom Wilkinson), que borra las figuras dolorosas o indeseables de la memoria de sus pacientes, retornándolos a un estado de conveniente inocencia con posibilidad de iniciar de nuevo.

Al enterarse, el despechado Joel se somete al mismo tratamiento. La técnica es sencilla: de noche, mientras el paciente duerme, el médico entra y viaja a través de su geografía interna, arrancando los recuerdos de raíz. Todo va bien, pero a mitad del sueño Joel se arrepiente: no quiere borrar a Clem de su vida, como si nada hubiera ocurrido; quiere guardar para sí los momentos en que fue feliz a su lado, quiere conservar la marca de su presencia. Entonces huye con ella -la Clem que habita en su mente-, tratando de recuperarla, de ocultarla en los rincones secretos de su memoria y esquivar la mirada omnisciente del médico. La película refleja bien el ciclo de la pareja, que debe morir un poco cada vez con el fin de renovarse, bajo el riesgo de perderse para siempre. Pero también nos enseña que el alma difícilmente renuncia a sus deseos y que el olvido no forzosamente significa anular un recuerdo, sino enmascararlo, darle otra forma para resguardarlo y tenerlo a disposición bajo la forma de un continuo destello.

Como en Malkovich, Kaufman hace realidad las utopías bizarras de los individuos comunes y lleva al extremo sus consecuencias. Más allá de la historia de amor, ¿qué tipo de mundo es aquel donde la gente puede volver sobre sus pasos y borrarlos por una suerte de limpieza cerebral? Recordemos que eliminar parcial o totalmente la memoria de un sujeto no es un proyecto nuevo o ficticio, mucho menos inocente. Provocar el olvido es una tentación frecuente de los poderosos y su expresión más brutal es, precisamente, el lavado de cerebro. Buena parte de la Historia se escribe y se enseña así: deshaciendo o recomponiendo episodios enteros de la vida en una sociedad. Algo parecido ocurre con los medios de comunicación, que con todo su ruido informativo, nos reducen a un estado en el que poco o nada se fija a nuestra memoria. De esto nos alerta el aforismo nietzscheano que se menciona a lo largo de la película: "Bienaventurados los olvidadizos, porque sacarán provecho de sus errores". Al final, sin embargo, la asistente del médico (Kirsten Dunst) resuelve que lo mejor es devolver a cada uno su historia -buena o mala- y por tanto la conciencia y responsabilidad sobre su pasado.

* 2004

viernes, 14 de enero de 2011

Un sueño es una persona astuta



En esta ocasión, transcribo para ustedes, mis amables lectores, una forma sencilla de hacer realidad los sueños eróticos. La extraodinaria receta fue recogida durante los años treinta por el antropólogo británico E.E. Evans-Pritchard durante su trabajo de campo entre los azande, habitantes de una extensa llanura en el país de Sudán, en la cuenca meridional del río Nilo.


"Un individuo sueña que tiene relaciones sexuales con una mujer. Esto predice una relación amorosa con éxito, y si quien sueña reconoce a la muchacha con la que está teniendo la relación, hace todo lo posible por hacer realidad el sueño. De hecho, los sueños que se desean especialmente convertir en realidad tratan del contacto sexual, las aves comestibles, el matrimonio, las termitas tostadas y los animales alanceados.

Un hombre tiene un sueño sobre una mujer, con la que previamente no ha tenido relaciones, sueña que ha copulado con ella. Despierta de este sueño, despierta de dormir y se da la vuelta en la cama, de tal forma que la cabeza repose donde han reposado los pies al extremo de la cama, y se tumba a dormir tranquilo. Cuando está a punto de levantarse, al romper el día, medita sobre el sueño que ha tenido. Cuando se vuelve en la cama y duerme con los pies en la cabecera, entonces la mujer con la que ha soñado comienza por su parte a soñar que se acuesta con él.

Cuando el hombre se pasea ve a esta mujer y, puesto que le gustaba desde antes, comienza a solicitarla y ella acepta sus proposiciones y él consigue copular con ella. Se sientan juntos, coquetean y él le dice: 'Hermana mía, el sueño decía realmente la verdad pues soñé que estaba contigo y ahora recuerdo lo que ocurría en el sueño'. Ella le dice: 'Un sueño es una persona astuta. Yo también tuve mi sueño. Me dije que mi sueño se burlaba de mí, pero decía la verdad. Igual que tú tuviste tu sueño, yo tuve el mío igual que ese del que tú hablas'".

Evans-Pritchard, E. E. Brujería, magia y oráculos entre los azande. Ed. Anagrama, Barcelona, 1997, pág. 353.
Imagen: "Hombres azande", de Richard Buchta